La ceguera y las falacias no protegen de la Covid-19
Este año se cumplen 38 de la defensa de mi tesis doctoral. Describía entonces una primicia mundial: un fármaco deshabituante del alcohol era el causante indiscutible de unas lesiones hepáticas, en ocasiones graves, que habían pasado desapercibidas para los clínicos y negadas por el laboratorio que lo comercializaba. Pese a la repercusión mediática del hallazgo, 23 años después y tras haber sustituido la práctica médica por el emprendimiento y la gestión, descubrí que el fármaco se seguía administrando y, poco más tarde, que había sido el agente causante de varios crímenes por envenenamiento. Afortunadamente, ya ha sido retirado del mercado, aunque no por aquellos motivos, sino por problemas de aprovisionamiento…(!)
Hago esta introducción para poner de manifiesto que los conocimientos científicos y las decisiones administrativas no siempre van de la mano ni se coordinan según postulados lógicos. Estos días asistimos a otro escenario de confusión respecto al modo de proteger a la población frente a la Covid-19 y de organizar el desconfinamiento para garantizar un retorno seguro a las actividades sociales.
Es indudable que aún sabemos poco de la enfermedad y de su evolución. Pero lo que hoy ya conocemos es muy valioso. Existen pruebas diagnósticas para establecer si estamos infectados o no por el SARS-CoV-2, y para confirmar si hemos desarrollado anticuerpos tras superar de manera más o menos sintomática la infección. Es cierto que todavía no podemos garantizar si su inmunidad será duradera, pero, para los que lo han superado, saberlo resulta muy tranquilizador, y lo contrario para los que aún no se han enfrentado al virus.
Estos últimos días, lamentablemente, me desconcierta ver cómo algunas afirmaciones y conclusiones contradicen el más elemental sentido común y cómo algunas iniciativas para ordenar la recuperación de la actividad son acusadas de segregacionistas e inmorales y simplemente abandonadas sin tan siquiera analizarlas y valorarlas. Éste es el caso del mal llamado “pasaporte de inmunidad” que, por el bien de todos, creo que deberíamos revisar con más rigor.
A mi entender carece de sentido pensar que los estigmas de la seropositividad de infecciones virales anteriores, como del VIH, se apliquen en la pandemia actual y generen comportamientos irresponsables o discriminación social de ningún tipo. Hoy importa sobretodo saber si estamos infectados y podemos contagiar a propios y extraños, o si estamos limpios del virus.
Estar infectados no nos convierte en parias, sino más bien en héroes, ya que podemos aislarnos y empezar un tratamiento, al tiempo que protegemos a los que nos rodean. Si no estamos infectados o hemos superado la infección, podemos desenvolvernos con una cierta tranquilidad sabiendo que deberemos tomar algunas precauciones y someternos a revisiones periódicas de nuestro estado, de manera urgente si experimentamos síntomas sospechosos. Sólo los distintos test disponibles, con su mayor o menor especificidad y sensibilidad, y aplicados eventualmente a la totalidad de la población podrán determinar nuestros comportamientos.
Sin embargo, desafiando al sentido común y a la prudencia, se organizan planes de desconfinamiento fundamentados en la ceguera. Porque decidir quién sale a hacer qué, sin tener un mínimo de orientación, es actuar a ciegas. Y avanzar desorientado por caminos desconocidos nos conduce con seguridad al precipicio.
Por eso creo que es imprescindible que todos podamos contar con un certificado privado de nuestro estado de salud en relación a la Covid-19. No basta tener un papel o tarjeta con el resultado de la prueba diagnóstica. Además de poco práctico, por la frecuencia con que habremos de usarlo, tampoco es discreto, además de susceptible de ser falsificado por los muchos espabilados que nos rodean (solo hace falta ver como miles de ellos han sido multados por saltarse la cuarentena). Es necesario que esos certificados de los informes sean digitales, de fácil acceso, que preserven la confidencialidad, sencillos de compartir, que responsables de la salud o la seguridad puedan verificar su autenticidad al momento, que caduquen cuando proceda y que aporten las indicaciones de comportamiento más actuales señaladas por las autoridades sanitarias.
Los certificados no son más que una herramienta informativa y segura. La perversidad está, en todo caso, sólo en la mente de quienes imaginan un uso inadecuado. Es por esto que no comparto las acusaciones de discriminación que se vierten por el simple hecho de evaluar el estado de salud de la población con los medios a nuestro alcance, y defiendo la imposición del sentido común, por la cuenta que nos trae.
En definitiva, tener acceso a unos resultados fiables de las pruebas diagnósticas nos ayudará a saber si podemos acudir con tranquilidad a trabajar, o quedar para cenar con los amigos, subir a un avión, reservar un hotel o ir a la playa. Nada será como antes, pero serán eficaces para una recuperación más segura de la movilidad social.
Dr. Francisco J. Guillén
Ex Rector de Universidad
Director de BlockTac
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