En esencia el blockchain es una base de datos compartida. A diferencia de las bases de datos tradicionales, aquí no hay un único propietario de la misma. En este caso, la información se gestiona a partir del consenso de los participantes de una red que, con la ayuda de herramientas criptográficas, trabajan conjuntamente para decidir lo que se añade a la base de datos. Al mismo tiempo, cada miembro de la red guarda una copia idéntica y completa de todas las transacciones.
La red puede ser pública (como la de bitcoin, abierta a la participación de cualquiera) o privada (de acceso restringido a sus miembros). Cuando se ha de agregar nueva información, cada ordenador de la red es avisado y actualiza su copia. El resultado es una fuente de verdad, expansiva y distribuida, que no se basa en la confianza que se tenga en los participantes, sino en el consenso entre todos ellos fundamentado en una información criptografiada.
La información almacenada puede ser de cualquier tipo: transacciones financieras, escrituras de propiedad, identidad personal, propiedad intelectual, o los denominados “contratos inteligentes” (código informático que se ejecuta cuando se dan determinadas condiciones preestablecidas).
Pero la característica más importante del blockchain es su inmutabilidad: cuando algo se ha añadido, pasa a ser permanente, almacenándose en miles de ordenadores y quedando bloqueado mediante criptografía.
Los detalles técnicos de cómo se lleva a cabo este proceso son algo complejos e implican la encriptación con llave pública y privada (para mantener el anonimato), la prueba de trabajo (para determinar lo que se añade a la base de datos, y que exige que el cliente del servicio realice algún tipo de trabajo que tenga cierta dificultad y que es verificado fácilmente por el servidor), la regla de la cadena más larga (para la resolución de conflictos) y las redes de comunicación entre pares.
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